Explicación

Aunque supongo que lo habréis adivinado, mi silencio creativo (llamémosle así) y en este foro se debe a un grave ataque de una dolencia que a menudo aparece en mí pero que ahora se ha producido con una virulencia inusual: misantropía aguda. Como va unido a -por primera vez en mi vida- una placentera sensación de vagancia, os pido disculpas pero os aseguro que no siento grandes remordimientos. Me resisto a publicar, en espera de llenarme -o no- de nuevo con ese necesario fuel para la escritura social que es la capacidad de reacción. Os pido disculpas, sí, y además, paciencia. O no, porque sois muy dueños, como lo somos todos, mientras somos dueños.

 

Un tiempito más, y veremos.

Por |2016-09-28T12:06:06+01:0012/05/2016|Categorías: intimidad, miscelánea|12 Comentarios

Buen día, gente

O aquí Barcelona, toc toc clinc clic.

Fue raro volver, en forma de zombie, después de dos vuelos -muy bien, por cierto- y el tratamiento intermedio sufrido en el aeropuerto de Francfurt, nunca más, nunca más. Ha quedado pequeño y demodé, y los alemanes cada día están más soberbios y más cortos de entendederas. Sólo los trabajadores relegados a funciones secundarias -turcos, paquistaníes, indios, etc.-, te echaban una mano y te miraban a los ojos. Qué asco de Europa, de la Europa rica, sobre todo. Qué error fue regresar por territorio alemán. Pero bueno, a lo hecho, busto.

Os decía que  fue raro regresar hecha una especie de walking dead por el viaje, e ingresar por primera vez en mi nuevo apartamento, y aprender dónde quedan los interruptores, y cómo se cierran las ventanas para que encajen, y disfrutar de este silencio, pues sí que este trozo de calle es silencioso.

Ahora estoy en la cocina, que pese a que he perdido 40 metros en la mudanza, la cocina es como tres veces la anterir, y tener una mesa grande donde comer, escribir y jugar a las cartas, entre todo lo que puede hacerse en una mesa, es un placer de diosas.

Tengo en mis manos el ejemplar en papel de la revista 5w (ha nacido también en versión digital –www.revista5w.com-, que os recomiendo encarecidamente pues se trata de un experimento distinto, abslutamente impecable, que restaura el viejo y perido respeto entre reporteros y lectores, entre fotógrafos y observadores, entre periodistas y sus destinatarios. Es una gozada y me complace deciros que me han honrado dejándome participar, mañana miércoles 17, a las 19.00 horas, en el acto de presentación que se celebrará en Barcelona, en la Antigua Fábrica Damm (515). Será un acto muy interesante y, sin embargo, ameno.

Dentro de nada tomaré mi primera ducha en este piso. Begin the begin, siempre.

El señor Aroon

Arranca su precioso, reluciente coche amarillo y verde -no me preguntéis la marca, nunca me fijo, pero seguro que es japonés; hoy lo miraré-, y siempre espera un poco antes de pedirme, educadamente, permiso para ponerse la mascarilla, un rectángulo de tela malva que se pliega como un estor sobre su naricilla y sus simpáticos y defectuosos dientes, aunque no tan irregulares como los míos. Se la prende con dedos expertos de las orejas, y en ese momento su inglés suele ponerse un poco más confuso para mis torpes oídos. Nos ha costado dar con un taxista como el señor Aroon, un hombre de gestos vivaces, expresivos, buen nivel de inglés, y amable hasta las cachas, listo para recogerme y llevarme por ahí, por esta ciudad inmensa que difícilmente podré abarcar, por muchos viajes que haga.

Aquí los taxis tienen colores de caramelo y de fichas de parchís. Cada compañía tiene un color. El señor Aroon está muy orgulloso de la suya, que tiene dos.

El primer día me llevó a unos cuantos sitios, sobre todo a comparar lo viejo y lo nuevo, él está orgulloso de ambos tiempos, aunque se le nota una brizna de nostalgia por cuando todo eran casitas bajas de listones de madera, alargadas como barcos, de diferentes y vistosos colores, o bien del propio color de la teca, sobrias y, de repente, con una llamarada en forma de ventana color naranja. Quedan aún bastantes de esas casas, en calles especiales, ancladas en el tiempo y sitiadas por motocicletas, pero también aparecen de súbito entre unos cuandos rascacielos desparejos pero siempre ostentosos, unidos todos por la maraña de cables eléctricos que aquí van todos al descubierto, por costumbre y porque se trincan electricidad unos a otros que da gloria, como en Beirut, pero con menos cruzamiento; aquí los cables van en oleadas de una esquina a otra, de un aire a otro, con repentinos arrebatos de orden que se traducen en rollos, madejas, en rosquillas enormes y negras que cuelgan de los postes.

Arriba y abajo me llevó el señor Aroon, incluso al palacio real, por la avenida punteada de homenajes al rey actual -actual desde hace un porrón de tiempo-, el rey con su teléfono, el rey con su heredero, el rey con su máquina de fotografiar.

-A mí me gusta la princesa -aventuré.

-¿The fat one?

-Sí -la defendí-. Me han dicho que es una mujer enérgica, que defiende su privacidad y que se niega a teñirse el pelo.

Cosa que me parece de lo más meritoria, dado que aquí las élites, y mucha gente normal, se clarean la piel con una crema hecha con baba de caracol, y se operan los ojos para tenerlos redondos.

Ayer, en el cine, por primera vez me puse de pie -qué remedio- para seguir devotamente, antes de la proyección, el himno nacional. Habría podido pasar de hacerlo, porque aún voy cojita, pero me dio morbo. Tiene mérito levantarse, porque los sillones de los cines de los malls son muy cómodos, y el himno no es nada tachíntachanero, más bien una dulce melodía que amodorra.

Los dioses guarden al rey muchos años. Y a sus perritos.

El señor Aroon y yo comimos en el restaurante-terraza de un gran hotel, el Shangri-La, con vistas al río, que es muy bonito y está bordeado de otros grandes hoteles, y que tiene embarcaderos en donde se detienen todo tipo de embarcaciones, algunas como pagodas. No hay que acercarse al borde, es importante, para amar los ríos, no ver la mierda humana que se acumula en sus orillas.

El señor Aaron está orgulloso también porque tiene un primo empleado en el room service de este hotel, y a su única hija, de 20 años, en otro. Trabajo serio y seguro.

Ah, tenemos amenaza de ISIS en toda la zona de por aquí, y dicen que han tomado medidas.

Como en todas partes.

Por |2016-09-28T12:00:59+01:0022/02/2016|Categorías: intimidad, miscelánea|Etiquetas: |5 Comentarios

Oh, Bangkok

 

Hago ejercicios de extrañamiento.

Arroz de verduras en domingo, en la pequeña cocina de mi pisito, con vistas al skyline.

No lo hago por nostalgia, sino porque vivo aquí. Soy yo, en esta circunstancia.

Va por vosotros.

Va por vosotros.

La alcachofa de por aquí no ensucia las manos. La diminuta cebolleta –spring onion, la llaman- es muy sabrosa. El arroz salvaje: me sale mejor si lo cuezo aparte y luego lo remato salteándolo en el wok con las verduras y un buen chorro de soja baja en sodio.

He abierto una botella de vino blanco, chileno. Mujer española de edad madura que contempla Bangkok desde un piso 16, con una copa de vino blanco chileno en la mano, y se siente extranjera en todas partes.

El domingo estuve en lo de Jim Thompson, ya os subí alguna foto, en el Museo de Seda. Podéis buscarle en Google, tiene una historia curiosa. Estuvo en Vietnam, trabajó para la CIA, desapareció en el jardín de un hotel de Sureste Asiático, cuando sólo parecía ya un colonial más, éste dedicado a las sedas. Antes de cenar en el hotel, dijo a sus acompañantes que iba a dar una vuelta por el jardín. Nunca volvió.

Yo casi no llegué porque a mí y a mi amigo colombiano Bernardo Gutiérrez, el taxista, que llevaba gafas de culo de vidrio, sonrió afablemente y dijo que conocía el sitio cuando le mostré el mapa en el Iphon. Nos dejó en el quinto esguince (pero el esguince llegó después, por la tarde), y luego vinieron un par de estaciones de skytrain y una larga caminata, que toleré con entusiasmo.

Verduras salteadas. No olvidéis soja ni curry.

Verduras salteadas. No olvidéis soja ni curry.

Comimos en el Museo -no dejéis de hacerlo, si venís: es un restaurante buenísimo, lo mejor del complejo-, y luego, en la boutique, que es muy cara y conservadora, como si siguiera las normas estéticas de Camila Parker-Bowles, compré algunos chales. Dicen que la tienda grande, en otro barrio, es mucho mejor, pero tipo Liberty.

Esa tarde, la del domingo, después la dedicamos al centro Siam; los niños para escoger los libros que les regalo -regalar libros a los niños es lo mejor que un adulto puede hacer para sí mismo-, y comprar Chance de Chanel, que olvidé mi frasco de viajero en el avión.

Pero hubo un desnivel y sufrí un traspiés, no de Maruja, sino de cualquiera. Torcedura de tobillo por mal estado del firme. Montamos una procesión. Yo entre los dos chicos -Javier, como osado corresponsal que es- y Mónica, la Gran Estratega, como audaz reportera y no menos sagaz madre. Total, lo pasé muy bien. Acabamos cenando penne arrabiata en un italiano, cerca de mi casa.

Siguieron unos días de reposo, tres novelas de Fred Vargas, Bangkok por la ventana e incursiones de amigos trayéndome cosas. El esguince mejoró, y el viernes noche, ¡tachán!, la nuit.

Las brujitas de Macbeth, versión Iphone.

Las brujitas de Macbeth, versión Iphone.

Vino María, amiga española -Bernie ya se había vuelto a Camboya-, que nos citó en un japonés magnífico, uno que, además, en vez de agujeros en el suelo -lo más frecuente- tiene mesas de madera, rectangulares. Es una especie de mesón japo, con pañuelos de seda colgados con escenas de luchas entre dioses feroces, y alguna pareja de esas que tanto abundan aquí, hombre mayor occidental y jovencita thai. Él era una especie de montaña, y ella, una pulguita que se acurrucaba contra él para agradecerle el collar de fantasía que acababa de comprarle. Habría sido tierno, de no adivinar que uno de los dos perdía. Aunque quién sabe.

Si venís, pedid erizos, y el tempura de nécora.

Luego fuimos a un local de moda, a por la copa. Música muy alta y gente que disfruta mucho -sofisticados todos, muy modernos, ricos y del régimen, parece- haciéndose selfies y enseñándoselas.

Feliz extrañamiento.

Feliz extrañamiento.

El capítulo extrañamiento -ser extranjera en todas partes, ensayar aquí para serlo mejor cuando regrese a Barcelona- alcanzó sublimes cimas cuando, el sábado, envalentonada por mi experiencia de la noche anterior, salí para hacer compras. En la tabla de un garito había varios montones de diarios, y en uno, en inglés, leí la tapa que, en grandes caracteres y a muchas columnas, anunciaba el hallazgo en el río de un catalán presuntamente troceado por otro catalán.

Lo que es la vida, pensé, mientras caminaba con la ayuda de mi bastón hacia la farmacia. Lo que es la vida. Qué lejos estoy hasta de mí.

Por |2016-09-28T12:11:14+01:0007/02/2016|Categorías: intimidad, miscelánea|Etiquetas: |15 Comentarios