Voy a contaros una de las mías. Me encontraba en Roma, en casa de unos amigos, una pareja muy querida. Ella me dijo que esa noche tendríamos como invitados a un matrimonio, y me advirtió: «No se te ocurra hablar de China». «¿Y yo por qué tendría que hablar de China, si nunca he estado en China y no pienso ni ir?». «Yo sólo te lo digo porque él estuvo trabajando en China durante unos años y se lió allí con una nativa». «No te preocupes, ni una palabra sobre China».

Salí a la calle y me crují las piernas haciendo compras en el Trastevere. A mí regreso, los cuatro estaban esperándome. Presentaciones, saludos, muacs, empezamos a cenar. «Qué colgante más bonito llevas, Maruja», comentó la anfitriona. «¿Te lo has comprado hoy?». Asentí enérgicamente y aclaré: «Son las monedas del I Ching».

Se hizo un silencio pastoso como una cosecha de arroz. De modo que lo rompí: «Pero que conste que todas las chinas son unas putas».