Buñuel se fue el primero -y fue el primero en todo-, Bardem se marchó el segundo -y a pesar de sus obras maestras, mucho de su cine fue inevitablemente secundario, de supervivencia-, y Berlanga, con su b de burlón, se ha ido el último. Lo dicho y mil veces repetido: qué interesante se está poniendo el Más Allá. Y qué estresante y vacío el Este Acá. Vacío de inteligencia, sobre todo.
Me congratulo de haber vivido de cerca, gracias a mis colaboraciones con la revista Fotogramas, los últimos buenos -con b de Berlanga- tiempos del cine español que floreció a principios de los años 50 en un rincón de la fortachona industria cinematográfica que el franquismo propició a través de producciones nacionalcatolicistas rimbombantes en lo histórico y embusteras en todo en general. Sin embargo: la industria funcionaba, los estudios eran fuertes, no faltaba trabajo.
En las alcantarillas de aquel cine -que en el franquismo eran el cielo en donde se cobijaba el talento- surgió Esa pareja feliz, de Bardem-Berlanga, 1951, que por suerte se separaron para explorar cada uno por su cuenta sus diferentes caminos. Bienvenido, Mr. Marshall (1953) fue el primer fruto berlanguiano de un frondoso árbol que todavía sombrea nuestros páramos cinematográficos.
La mirada escéptica, burlona, ya lo he dicho, y sin embargo tiernísima, de don Luis G. sobre sus personajes y la España nuestra, se combinaba con una fina dureza de bisturí para airear nuestros males, endémicos o impuestos. Sobre todo cuando se combinaba su genio con el de Rafael Azcona, y sobre todo en los tiempos peores, de sus principios. Frente a las fantasías interesadas del cine oficial, la realidad era servida en un espejo deformante dotado de una ferocidad más estilizada que la valle-inclanesca: aquella que pasaría a la posteridad como berlanguiana.
No hace falta que os recuerde su filmografía. Los más jóvenes, que tal vez conozcáis mejor al Berlanga en color de los últimos tiempos, tendréis el placer de descubrir Plácido y El verdugo, durísimos alegatos en contra de la beneficencia y de la pena de muerte, cuajados, sin embargo, de ironía y carcajadas.
Se ha hablado mucho de la misoginia y el culto al erotismo de Berlanga. Yo, cuando le traté más -aunque nos conocíamos desde hacía tiempo, con esa relación que la gente del cine español y los que escribíamos sobre él manteníamos cuando yo era joven: con la complicidad que daba ir en el mismo barco-; cuando más le traté, decía, fue durante el rodaje de Tamaño natural, un monumento berlanguiano muy arriesgado, erigido en honor de su misoginia legendaria y de su auto atribuido furor erótico de coleccionista. Siempre creí que, en ese aspecto, Berlanga era más bien un tipo bonachón, bastante pasivo, misógino en defensa propia -porque hay que ver cómo era su mujer, María Jesús; y cómo le gustaba a él que así fuera, de armas tomar-, y no poco infantil en sus fantasías eróticas, que él mismo desvelaba en cuanto se ponía a hablar con una chica: «Oye, Maruja, ¿te he dicho que a mí me gusta esto y lo otro? ¿Tú has hecho esto y lo otro alguna vez?». «Unas diez o doce», le contestaba yo, y abría ojos como platos. Era muy tierno. Yo solía decirle que cada día estaba más guapo -lo cual era verdad: se fue convirtiendo en un señor mayor muy bello-, y él, cuando nos encontrábamos, era lo primero que me preguntaba, que si le veía bien.
Tamaño natural se rodó en un piso burgués de un barrio de solera madrileño. Yo acudía cada día, a recoger datos. Eran aquellos tiempos en que el periodista -en cine y en todas partes- recogía su propio material y hacía sus propias preguntas, sin someterse a los intereses de la productora. Me tenían la confianza de haberme leído desde siempre, y yo les quería por lo mucho que me habían dado como espectadora. Recuerdo que disponían de varias muñecas de tamaño natural, porque se les iban escoñando conforme avanzaba el rodaje. Una de ellas la guardaban en la bañera de uno de los baños del piso. Justo el que yo usaba. Berlanga -fiel a su fama de erotómano- me interrogaba cada vez que volvía: «¿Has estado a solas con ella? ¿Habéis hecho algo?», preguntaba sonoramente, para que Michel Piccoli, el protagonista, y otro punto filipino encantador, se enterara. Yo replicaba, muy puesta en mi papel de agente provocador: «Pues sí, le he metido la mano en el coño. Por Dios, qué desagradable».
Fue durante aquel rodaje cuando se produjo en Santiago de Chile el bombardeo de La Moneda y la muerte de Salvador Allende, y tengo el orgulloso recuerdo de los tres, Piccoli, Berlanga y yo, abrazándonos con los ojos llorosos, completamente indignados y deprimidos.
Tiempos aquellos. Tiempos en que me llevaba a Michel a comer cochinillo a un mesón segoviano, en que a nuestras cuchipandas se añadían Berlanga, muy raramente Azcona, alguna vez el guionista de Buñuel, Jean-Claude Carrière, que pasaba unos días visitando el rodaje. Con deciros que el último mono, aparte de mí, podía ser el hijo de Buñuel, que tenía un nivelazo y pintaba, no os digo más. Eran tiempos peores -aquel 74 Franco estaba tan vivo que aún iba a matar más- pero la inteligencia acompañaba mucho.
Estuviste de muy buen ver, Luis, hasta el final.
Qué bonito homenaje Maruja, gracias por compartirlo.
Te ha quedado un homenaje de un tamaño natural-mente grande, Maruja.-
Que interesante documento…
Gracias Maruja por este testimonio vivo…me encanta:
«Estuviste de muy buen ver, Luis, hasta el final.» 🙂
Feliz domingo:
Isabel
Que homenaje tan bonito y vivo y como siempre que bien transmitido.
Cuanta suerte has tenido de haber conocido a gente tan interesante y estar unida y acompañada de tanta inteligente. Es verdad Maruja, el Más Allá se está llenando (como diría un buen amigo mio) de «mucho caché».besos y gracias.
Grandioso homenaje en efecto como apunta Krust y Carmen O, una gran persona, un gran cineasta, un gran erotónamo como el que suscribe, como me gusta que me suba la líbido ver la famosa escena de Concha Velasco en París Tombuctú.
Gracias por la memoria y la voluntad y la inteligencia… y por compartirlas.
Y no hay que olvidar que fue el promotor y presidente del jurado del concurso de novelas «La sonrisa vertical»
Besos
Has hecho un completo homenaje al cineasta. Seguro que tu última frase le habrá hecho sonreir. La veo, para un hombre tan coqueto, digna de un epitafio.
Que suerte la tuya Maruja el haber podido compartir realmente tiempo y espacio con una generación tan impresionante, sin duda la lucha contra la oficialidad, tan gris y tristona ayudó a agudizar el ingenio, ya se sabe que es en el filo de la navaja donde se alcanzan los mayores éxitos.
Es triste perderlos, y trabajo de todos recuperarlos, y ver con ojos limpios su obra.
Un abrazo.
Sin Berlanga, a muchos españoles España nos hubiera parecido aún más incomprensible.
Preciosas tus palabras.
Un genio mas y este con la suerte que era español…Recuerdo que «EL VERDUGO» fue una de mis primeras peliculas que viendolas te reias y te horrorizabas al ver lo que podia sentir el yerno del Verdugo(grande Isbert tambien)…
Me puedo imaginar a Berlanga en el cielo con su querido hijo Carlos y con sus canciones que tanto bailamos la gente de mi generacion…
Vaya dos artistas…..Berlanga un pionero en el cine español y Carlos un pionero en el pop español….
El interesante mundo del Más Allá puede esperar. Seguiremos buscando en el Este Acá que, pa’ qué engañarnos, esconde un halo de inteligencia abrumadora, gracias a la cual seguimos aprendiendo un poquito más cada día, y pasándolo de p.m.
Maruja T.Es de lo mejor que has escrito en tu blog y de lo que te he leido.
Un magnífico artículo. Pero entre y con las B que empezaban a crecer y madurar había una M de matriz que supuso un arraigo en el talento y la intencionalidad : me refiero a Muñoz Suay, naturalmente. ¿Por qué nadie lo reivindica? Un abrazo, Maruja.
No sé si es bonito, sobre todo, hablar de una vagina de látex. Lo importante es que recobramos a la redactora -o colaboradora- de Fotogramas. Y esto es ‘lo que no se dice, lo que no se escribe-. Gracias.
P I E L D E G A L L I N A.