Porque existe en las cámaras de fotos una cosa llamada zoom, un intento muy útil para recuperar, al menos idealmente, la soledad que reclaman estos lugares. Pero no os preocupéis, que los calzones a media pantorra, las sandalias de ortopedia y los sobacos sudorosos de los invasores turísticos están en todas partes.

Este es un país submergente, que no ha dejado de sumergirse, de las pirámides a nuestros días. Un país se ha sumergido casi del todo cuando sólo es capaz de rebelarse cuando le suben el precio del pan, lo más fácil de solucionar para un gobernante no demasiado imbécil.

Empieza la segunda y última parte del espectáculo de los mineros chilenos: el rescate. Un muerto o dos servirían para justificar los gastos de viaje de los enviados especiales. Leí en alguna parte que a ellos les aconsejan expertos para que aprendan a hablar a los medios. Ah, los medios. Cada vez más ignorantes, pero gracias a nosotros enseñan a hablar a una treintena de mineros chilenos.

El Danubio nunca fue azul. Primero se tiñó con la sangre de judíos y otros diferentes -Hungría fue activamente pro nazi durante la Segunda Guerra Mundial-, luego con los que la bota soviética mandaba a su fondo oscuro e irremediable; por último, este envenenamiento, esta impudicia empresarial.

Hay un vals bellísimo y furioso, húngaro precisamente: creo que se llama Oleaje. Con esta conexión no os lo puedo subir.

Buen sábado. Me voy a contemplar restauraciones islámicas llevadas a cabo por la Fundación Aga Khan en Dar el Ahmar.