… la calle Talaat Harb de El Cairo, y mira hacia arriba y ve a una mujer haciendo calceta en el balcón de un quinto piso, que no le quepa duda. Soy yo, o mi holograma, que se ha quedado aquí para marcar un momento íntimo. Una ciudad se hace mía y me hace suya cuando por fin me decido a asomarme para verla con una labor de hacer punto a medio realizar, y voy tejiendo con las gafas cabalgando en la punta de mi nariz, ojeada a lo que tengo entre manos, ojeada al discurrir de la vida ahí abajo.

En cuanto a fotos, se toman por variados motivos, igual que escribimos por diversas razones. A veces soy un notario -una anotadora en imágenes- de lo que veo o creo ver o veo y no me lo creo. A veces las tomo por cortesía: para mostrárselas a los demás. A esa categoría pertenecen las puestas de sol, que siempre salen empobrecidas. Recuerdo que supe que tenía que dejar Beirut cuando un anciano caballero -anciano de verdad: casi 90 años, se había convertido en un apacible lagarto que surgía de un pulido traje veraniego de color beige-, propietario del merendero con piscina al que solía acudir, un sitio abocado a las rocas y al mar, se empeñó en mostrarme las 4.597 puestas de sol que había captado su hijo el manitas y que se mostraban gratuitamente en una gran pantalla de plasma que acababan de instalar, con ese regocijo de los niños con posibles, en la entrada al chiringuito (chiringuitazo). El caso es que, mientras el hombre me entretenía con sus tecnologías y yo le atendía -caballerosamente, debo decirlo-, fuera, en la terraza, tenía lugar la puesta única y extraordinaria del sol en ese día. Bueno, pues consiguió que me la perdiera. Me largué de Beirut, claro: entre eso, y que el laúd de los fines de semana en un café que frecuentaba hubiera sido sustituido por un piano-orquesta electrónico, fueron medidas tomadas por ajenos que influyeron decisivamente en mi porvenir y en mi necesidad de meterme El Cairo en vena.

Las fotos que luego os subiré desde el Semíramis sobre mi paseo islámico de ayer pertenecen a la categoría de reportaje. Debe de ser que tengo mono de reportera pero me ha quedado majo y abundante. Luego, ya digo. No sé cómo se las apañan en ese hotel para regalar un sistema tan bueno de conexión. Cuando estaba en el Nile Hilton (futuro Nile Ritz-Carlton, hoy en remodelación), no había forma de conectar bien. Y en el Sheraton Gezira, tampoco. Aquí, el ordenador con su wifi va tan lento que parece que te caigas en una pesadilla. Y el wifi que contraré yo, lo mismo. Ah, pero Semíramis nos hizo un milagro a pesar de no ser Mercurio.

A ver si me deja publicar esto: a ese nivel estoy.