Es lo que me falta para volver a Barcelona. La verdad es que veo la parte buena: mi casa, mis amigos de siempre, mi Tonino, mi barrio. ¡Y poder ponerme gabardina, prendas de abrigo! Acurrucarme en bata y zapatillas (haciendo punto: tengo muy adelantada la colcha, pero aún me falta), planificar encuentros, contar allí mis historias de acá.

Ayer fue un día nefasto para Internet y bueno para todo lo demás. Escribí mucho por la mañana (y ahora también acabo de hacerlo, me he levantado a las 6), luego, a mediodía, quedé con Manu y Toño para ver la exposición de fotografía que ambos comparten en una sala del recinto de la Ópera, el complejo cultural que el Gobierno japonés regaló a su tocayo egipcio. Ahí dentro, en su auditorio, le hicimos un homenaje, en diciembre de 2003, a Terenci Moix, poco después de haberle dejado a su obra en el museo de Alejandría y a parte de él en el Mediterráneo que conoció a Cleopatra.

Total, que yo iba con mi ordenata y mi conexión portátil, pero el sistema estaba atascado. Lo probé en el restaurante libanés al que acudimos, pero nanay. Una miajita de conexión, y se iba al carajo.

La comida, muy agradable. Estaban también la esposa de Toño, Vivian, que es escritora cubano-española  y me regaló su último libro. Mañana os hablo de todos ellos y os subo fotos de la exposición, dos visiones de Cairo muy interesantes y complementarias.

El caso es que ni en el Semiramis funcionaba bien su habitualmente mágico sistema de conexión, de modo que, cuando Nuria y Míguel -que habían pasado a fumarse una shisha- se marcharon a sus asuntos, yo me puse de nuevo con la novela, dale que te da vueltas porque necesitaba un sentido para justificar el próximo capítulo, y así hasta que lo encontré.

A ver si mejora el asunto, es posible que haya sido un atoramiento transitorio debido al polvo milenario que nos envuelve. Porque aquí no es metáfora: aquí la vida mancha, literalmente. En cuanto sales de la ducha, como no te hayas puesto las zapatillas a mano. Y hasta en las zapatillas.

Qué le vamos a hacer.