En primer lugar quiero daros las gracias porque, decididamente, formáis parte de esta nueva etapa que me ha regalado la vida desde que regresé de Beirut. Lo que va de año no ha sido fácil para mí, he dicho adiós a muchas cosas y a personas que nunca volverán a estar vivas, o que nunca volverán a tener para mí la importancia que poseyeron. Los vacíos duelen, cualquiera que sea el reborde que cada uno dejó. Y es más fácil despedirse de un muerto que de un vivo.

Volví a Barcelona con esperanzas y proyectos, entre los que figuraba este blog. Lo veía entonces como una forma de contar lo que pienso, ahora que mis márgenes en el diario se van estrechando (aunque con el invento del Eskup, veremos), y eso es, desde luego. Lo que ignoraba (aunque tenía ya cierta experiencia en calidez ajena gracias a mi año en Facebook) era que nos iba a salir tan bien, que íbamos a formar un grupo tan variado, respetuoso y complementario. Que estoy contenta, ea.

La experiencia malagueña. La gente, primero. Buenos e inteligentes, me gustó mucho su Escuela de Verano, el ambiente que se respiraba. Y lo bien que salió la charla. Además, al día siguiente comí con dos amigas de Facebook, y la conversación resultó interesantísima. Nunca me canso de conocer gente. Me llevo un recuerdo inmejorable, que me ayudará en el futuro.

Aranjuez. Aunque fue un visto y no visto (suerte que lo conozco de excursiones anteriores) resultó también muy alentador. Primero, por la presencia, a mi lad, de Rosa María Calaf, directora del seminario sobre situación del periodismo actual. Creo que a los estudiantes que nos escuchaban y con los que luego entablamos una animado intercambio de miedos y utopías, de experiencias (por parte de las veteranas, pero también de los jóvenes), debiamos de parecerles dos excéntricas mucho más cercanas a ellos que otros sesudos profesores. Allí estaba la Calaf, tan inteligente, con su pelo de antorcha del periodismo. Y yo, modestamente, con dos broches así de gordos en forma de botón rojo, un tomate de trapo también rojo, y mi meriquita de la suerte, roja con sus topos negros. Os gustará saber que entre los participantes en el seminario estaba un cura que, muy amablemente, se dirigió a mí con una pregunta sobre la pérdida de valores en la sociedad. Tuvo valor el hombre, porque yo acababa de decir que, cuando venga Benedicto XVI a Barcelona para consagrar las reformas del templo de la Sagrada Familia, me encantaría que se le cayera un pedrusco a la santa testa. Al final me dio su tarjeta. Debe de creer que aún soy recuperable.