No os preocupéis por mi salud. Siempre he sido muy activa, muy currante, y lo que pasa es que ahora ya no resisto como antes, faltaría… Ocurre que siempre que regreso de un viaje noto un cansancio especial, que no es el del trabajo en sí -dar entrevistas, charlar con la gente, intercambiar conocimientos-, sino de los madrugones y de los trayectos: ese levantarte temprano y ponerte  el ojo pintao porque cuando llegues ya estarán los fotógrafos; esa espera en el aeropuerto, esas horas en avión o en ave, que por cómodas que resulten se van acumulando en los huesos; y ese volver a empezar cada vez, como el día de la marmota, de plaza en plaza. Pero todo ello queda compensado por lo que me ocurre en esos lugares, por los encuentros, por la gente.

El viernes tenía un acto que, por suerte, fue anulado: ¡los participantes eran aún más viejitos que yo. Por eso he descansado de un tirón.

Hoy veo llegar agosto que será mi mes de reencuentro conmigo misma y de reflexión y vida saludable. Ayer ya me puse a dieta, ¡no podía más de manjares!, una alcachofa hervida y un par de trocitos de rape a la plancha; y por la noche, lo mismo más una pastilla proteínica de esas de farmacia, de chocolate, que me tomo a modo de golosina mientras retomo, en la cama a Naguib Maafuz. Me espera un mes maravilloso de lecturas egipcias, soledad -bueno, no tanta, se queda gente alrededor-, Tonino y, espero, buena salud para todos.

La tormentaza de ayer disparó una alarma de seguridad en mi edificio e inundó los bajos. Se llevo mis jazmines. Otros saldrán.

Ahora me pongo a editar las fotos para el reportaje de Semana Negra -y otras cosichuelas- en Gijón.