Leyendo en la cama la biografía Patricia Highsmith, de la minuciosa Joan Schenkar, muy crítica con la gran escritora de culpas, aberraciones, inquietudes y conciencias normales-criminales. Es crítica pero concienzuda, y por lo visto Patricia era lo nunca visto, algo así como una niña de seis años con una hermana gemela Negra y Criminal, al menos en materia de sentimientos. En todo caso, es una biografía dura pero respetuosa, y muy documentada, basada en casi cuarenta cuadernos y montón de listas que la creadora de Tom Ripley solía confeccionar. Por cierto que me quedo con el título original de la bio, The Talented  Miss Highsmith. A ella le habría gustado más.

Tuvo una relación de amor-odio con su madre muy destructiva para ambas, que en ella se reflejó, por lo visto, en su mala disposición hacia la comida. Afirma Schenkar que hay un largo elenco de personas perjudicadas por haber compartido mesa con ella y sus extraños comportamientos. Doy fe porque me pasó a mí, y creo que ya lo he contado en Mujer en guerra, cuando la entrevisté, pero sólo al leer la bio he comprendido la causa de lo que pasó. Al acabar de cenar, ella sacó uno de sus Gauloises rubios y yo, gentil -y también fumadora, a la sazón- le ofrecí fuego. Entonces ella, con su mano temblorosa -temblaba mucho: alcohol, supongo-, retiró el pitillo de sus labios, adelantó éstos ¡y yo casi la quemo! Y todo eso porque,por lo visto, cuando veía a los demás comer como seres normales, ella se ponía fatal.

de joven

más o menos cuando la conocí