Personalmente, la muerte de Bin Laden a manos de las tropas estadounidenses no me produce ni frío ni calor. Este singular canalla muere con el daño hecho. Ha creado una franquicia de terrorismo que se ha extendido por el mundo entero y a la que pueden acogerse cualquier perturbado o cualquier desesperado; ha producido el efecto contagio, sembrando los países árabes de grupos salafistas armados hasta los dientes y dotados para la desestabilización. Nos ha cambiado a nosotros. De los mamoneos por seguridad en los aeropuertos a los estados de emergencia injustificados, de los recelos en los aviones a las excusas para no acoger a refugiados. Nos ha vuelto más duros y más malos: cabe preguntarse si no seguía siendo un agente al servicio del sistema occidental más represor, dado cómo lo ha fortalecido, atentado tras atentado, vídeo a vídeo. Hoy la imagen de Bin Laden muerto me parece obsoleta. No así el mundo que deja atrás, incluidos nosotros. Sobre todo, nosotros. Deja un mundo dominado por el miedo. Lástima que no haya infierno, para él y para quienes le secundan. Estén en donde estén.

En cuanto a quienes piensan que muerto el perro se acabó la rabia, están tontos.