Aprovecho que la jefa está en el baño y la alusión de una amable asomadora, que reclama mi reaparición, para contaros que también yo estoy deseando que se ponga a la tarea de darme algo que hacer. Además de andar por ahí de gira como un trombo y cargada de piruletas -por cierto, el jabón le gustó tanto que ya ha terminado con él; es muy limpia, digan lo que digan-, ha estado añadiendo cosas a sus cuadernos: ideas, frases, crímenes, encuentros, rencores, asuntos del pasado y Nilo, mucho Nilo. Por suerte, en Alicante le regalaron más cuadernos, de modo que no vamos a parar, me parece. El martes tiene una intervención en la Universidad Menéndez Pelayo, en el palacio de La Magdalena, en Santander. Me lo voy a pasar en grande persiguiendo a Rebeca por las neogóticas estancias, mientras ella larga y venga a largar. Luego tendremos un quince días o más de descanso, si sigue en pie la invitación para participar en la Semana Negra de Gijón, a la que asistirá. Y c’est finie. A partir de entonces, novela y vida regular, que buena falta nos hace.

Cose la colcha, la pobre, con mucho ahínco, pero en cuanto cambia la luz se dedica a otros menesteres, porque tiene miedo a que le salga una colcha daltónica. Yo estoy muy bien, afilando mis garras para el nuevo caso y deseando volver a ir del bracete con Fattush. También tengo ganas de recuperar a Joy y a su niñica, tal como prometí en mi aventura anterior.