En la tarde de anteayer, exactamente a las 17.40 horas -leí la hora exacta en un diario-, el taxi en el que me dirigía a Ràdio 4, para ser objeto de una entrevista, se detuvo en la Diagonal con Roger de Flor, calzada central, dirección Poble Nou. En ese momento un motorista impactó contra una ambulancia amarilla del SEM. El ocupante de la moto salió despedido y quedó inerte, en el suelo. El taxista y yo nos quedamos helados en nuestro cubículo: era una dolorosa imagen insólita. Una ambulancia de curar llevándose por delante a quien parecía un mensajero, un trabajador apresurado: en el asfalto, junto al casco, había un sobre grande y abultado, pndiente de entrega. Bajaron el conductor y su acompañante con instrumentos de reanimación. El hombre seguía lívido, inmóvil. Uno de los dos enfermeros o lo que fueran, visiblemente alterado, empezó a proporcionarle un masaje cardíaco, y a hacer gestos de desolación. El taxista se persignó varias veces y yo me quedé muda, pensando en la cantidad de vidas que habían sido interrumpidas en aquel instante. Éstas son las cosas que ocurren todos los días. Pero verlas así, en directo, de repente lo redimensiona todo. Te saca de tu torre, la que sea, y te dice: esto es lo que hay. Luego leí en los diarios, pero ve tú a saber, que el chófer dio positivo en drogas. También que la víctima dejó de respirar en el hospital. Pero allí, en la calle, ya estaba muerto. Y con él, tantas cosas…