La patrona del blog -de tal me tacha uno de mis amables asomadores- estuvo ayer todo el día semiparalizada por el estío y el hastío. Por una parte, pese a la indudable animación que supuso la aportación del rey a la jornada, pesaba en mí el estupor de la reflexión: «No me puedo creer que estén todos pendientes de las palabras de ese gallo del BCE, y mucho menos que nuestro destino inmediato dependa de la CDU, el partido de la señorita Pepis Merkel». No me puedo creer que tengamos un Gobierno tan calzonazos, una oposición tan desaparecida, y un agosto más peor. Pero así es. En periódicos e informaciones audiovisuales, el recuento de daños se ha convertido en una nueva sección informativa. Deberían llamarla así: entre los Sucesos, la sección Daños Colaterales.

Nunca pensé que mi propio país me inspiraría la misma compasión que los chilenos en los tiempos de Pinochet, cuando les veía ser rechazados en los hospitales, porque no podían pagarlos, o estrangulados por los créditos recibidos para una vivienda.

Pero aquí estamos. No de muy buen humor, pero sí de muy mala leche. Sólo la ira nos salvará. Al menos, me salva a mí. Esto furiosa. Dicho esto, tratemos de ponernos al día.

Qué cara se le ha quedado al monarca después de ponerse a los pies del santo suelo. Conste que no me alegro. Yo sé lo que es caerse. Claro que ignoro por completo lo que es caerse y seguir reinando.