Como siempre que paso bastantes días fuera, mi cuerpo regresa pero muchas cosas se quedan allí. Esta vez retorno poco a poco a la grisura -¿otra vez un país gris? no, gracias- saliéndome de mala gana de la luminosidad de Grecia, de Atenas, una ciudad pequeña y agradable, mediterránea y cuajada de bellezas. El color del mármol, la espuma del Egeo, la sensación de mar. No tuve tiempo para islas, eso la próxima ocasión, en primavera. Pero me patée la ciudad muy a gusto, todo lo que pude, y me sacaron y llevaron a todas partes. Tuve charlas largas con los amigos, sembradas de esos silencios con suspiros que significan: «Qué bien que estamos». La dicha del momento, los brindis por todo ello.

Y aquí estoy de nuevo. En realidad, nunca me fui, porque parte de la que se marchó a la luz de Atenas permanece atrapada entre estas sombras.

Tengo muchas fotos, en cuanto me anime las subiré. Y os haré un resumen de la situación. Penosa, pero en dos años más de estafa que nosotros.