«El régimen alternó promesas incumplidas con una respuesta militar que pretendía hacer regresar a su pueblo al terror. Los primeros soldados del Ejército de Bashar comenzaron a desertar meses después del inicio de las manifestaciones: denunciaban que eran forzados por sus superiores a abatir a los civiles que se manifestaban. Fueron el germen del Ejército Libre de Siria, un grupo armado y al principio homogéneo que no tardaría en convertirse en la denominación que representa a un millar de grupos armados, algunos fieles a los principios de la revolución y otros motivados y financiados por diferentes agentes exteriores con sus propias agendas políticas. El brutal asedio y bombardeo de Baba Amr, en Homs, y la pasividad internacional que acompañó aquel episodio sólo atrajo yihadistas al conflicto y animó a las potencias árabes, en especial a Qatar y Arabia Saudí –enemigos del régimen de Bashar Assad- a intervenir de forma masiva con armas, dinero e incluso combatientes. Los socios del régimen, Hizbulá e Irán, hicieron lo mismo apoyando con armamento y hombres a Assad, convirtiendo así a Siria en el terreno donde se libra la gran batalla sectaria regional.

La revolución quedó devorada así por la represión y el odio religioso, por los extremistas que la secuestraron y por los intereses exteriores que ven en el país árabe el escenario perfecto para dirimir sus diferencias sin verse manchados de sangre. El afianzamiento de milicias como Johbat al Nosra (asociada con Al Qaeda) o Ahrar al Sham y la entrada del Estado Islámico de Irak (la temida sucursal de Al Qaeda en la antigua Mesopotamia, responsable de muchos de los atentados suicidas que arrastraron a Irak a una guerra civil entre 2004 y 2009) en Siria han desfigurado el levantamiento social y amenaza incluso a muchos de sus promotores: son varios los activistas secuestrados, amenazados o asesinados por grupos extremistas».

Leed completo el reportage de Mónica G. Prieto en www.periodismohumano.com