Con los pelos de punta ante septiembre, porque el curso se iniciará con los mismos malandrines acosándonos con sus baladronadas y sus expolios, y con sus violaciones de la palabra; con los pelos de punta y, sin embargo, la mente clara y la voluntad firme, paso estos días de agosto. Acumulando fuerzas. La salud me ha dado varios sustos pero no mortales y he salido con bien, de lo cual me congratulo porque el cuerpo ayuda a resistir mejor la marea de desperdicios que nos abruma. La sensación terminal que nos produce el duelo por todo lo que ha sido destruido no debe disuadirnos de que permanecemos en el lado noble de la historia. Será la cuneta, pero en esa autopista ciega por donde transitan los triunfadores de latón que van pisándolo todo, en ese asfalto del infierno yo no quiero estar. En las cunetas crecen florecillas silvestres que hacen compañía. En el asfalto aparecen cadáveres.
Solo debe inspirarnos miedo el que nuestro país se haya ido, o vaya a irse al garete moralmente. El resto son desdichas temporales que más o menos podremos capear. Quienes, como yo, tenemos una edad muy cierta, venimos de tiempos muy malos, y no tenemos el miedo que produce el silencio de los corderos.
Hemos pasado por casi todo. Si nos cobran por respirar, dejaremos de hacerlo y ellos se arruinarán. ¡Nuestra venganza será terrible!.
Siempre he preferido las cunetas, cálidas, imperfectas, diferentes, plagadas de lo variopinto; pero cada vez las noto más estrechas. Los triunfadores de latón apabullan cada día más impunemente.
Los que, como yo, no conocimos tiempos peores, más que por los libros de historia y las narraciones de nuestros mayores, tenemos miedo de este presente que se nos presenta y del futuro insensato que se supone debemos labrar para quienes vienen detrás o para nosotros mismos. Como gallos decapitados nos sentimos algunos.
Maruja, siento admiración por tu optimismo y tus ganas de luchar, y es que nuestra generación viene de un mundo en el que todo estaba por hacer, en el que el sentido de la lucha por sobrevivir se llevaba en los genes; caíamos reventadicos y nos levantábamos maltrechos, pero con dignidad y ganas de seguir caminando.
Los hijos y nietos de nuestra generación se han encontrado con un mundo feliz en el que basta con apretar un botón para que las braguitas (ya no son bragas) salgan escamondás y la vajilla, reluciente -ni se imaginan que hasta hace 40 años (qué son 40 años en la historia de un país…) se fregaba el suelo de rodillas porque no había fregonas ni aspiradores y que lavábamos la ropa en el lavadero municipal o en las losas de piedra que había en las acequias… y con jabón hecho en casa: el Tutú no estaba al alcance de todos-.
Soy muy pesimista. A estas dos generaciones posteriores a la nuestra les va a costar muuucho aterrizar y darse cuenta de que su mundo feliz estaba hecho de oropeles de nuevos ricos, en el que se derrochó a tutiplén sin molestarse en pensar que había que educar en previsión de tiempos peores.
Un fuerte abrazo, Maruja nuestra.
Lola.
Dejando a un lado la metáfora de la cuneta, quiero contaros que cuando no me llevan de paquete y conduzco yo, me voy por las nacionales de toda la vida o las carreteras secundarias, con sus curvas abiertas o cerradas; sus pendientes suaves o pronunciadas; sus mojones primorosamente pintados de blanco y rojo/blanco y amarillo y sus cunetas bordeando hermosos campos de cereales o viñedos u olivares plateados… o zonas desérticas con no menos encanto… Carreteras con sus cruces de término y casas de peones camineros, unas y otras cada vez más infrecuentes.
Cunetas floridas de cardos, romero, espliego o zarzas… con frondosos árboles o con árboles ralos y muy separados entre sí, bajo los cuales se solía parar a almorzar o a estirar las piernas… y si corría una acequia por allí cerquita, era un lujo supremo…
Sí, reconozco que cuando hay prisa, nada mejor que una autovía, vale, pero prefiero salir con tiempo y, con calma, gozar del trayecto sin que de pronto FFSSSSSSSSS… me adelante por la izquierda una especie de cobete -¿o es covete? Ya sabéis, esas cosas que mandan al espacio desde el cabo Carrascal (que decía Gila)-.
¿A qué viene tanta prisa?… si voy a llegar igual… o no…
Tengo el alma de uno de mis personajes cinematográficos favoritos: el médico de la película «Mi dulce pueblecito»…
No nos quedan ya ni carreteras tipo túnel verde con todos los árboles de ambos lados de la carretera agachándose educadamente a nuestro paso.
Suena todo duro y negro como el asfalto, no hemos de permitir que éste se nos meta en el corazón. Yo creo que todavía quedan cosas por destruir, será largo el luto.
Maruja: además de la belleza de la narración,un bálsamo. Cómo se agradece tu texto. Cuidémonos todos querid@s.
Cuidémonos todos-como dice Celia- y viajemos con el alma de Lola-apreciando,saboreando,disfrutando,sintiendo. Que esa moral alta sea el último bastión a defender de las hienas que retornan de su inmerecido descanso. LLegarán los tiempos peores,las inmoralidades y bajezas de los últimos meses. Vendrán de nuevos las tergiversaciones, los desmentidos y las mentiras a posarse en la cotidianidad. Estemos preparados para hacerles frentes con ánimo resuelto y el tenaz empeño de no ser doblegados. Su ceguera será nuestra aliada. Nuestra viveza su desconsuelo.
Aí se habla y se dice, Don Raúl. ¡Que viva México!
¡Qué viva ,qué viva! querida Aracne aunque el «don» me queda un poco grande. Apapachos y al lorito con lo que viene.
Apechugar con los muertos es lo que toca!. Los cadáveres anónimos de todos los colores empiezan a aparecer con las listas de espera , la miseria y el hambre como ocurre en los conflictos bélicos, No salen en las estadísticas, no existen, no se notan,simplemente desaparecen un dia como el humo. No hay culpables, nadie sabe nada, como pudo ocurrir…, el hecho es que ocurre.Pero en las cunetas como dijo Manuel de Pedrolo -Si son roses , florirán !!.