Desplancharse la oreja y saber que Tony Soprano ha muerto -espero que después de un buen atracón, de una cena inmensa, en su segunda patria, Italia-, y que con él se ha llevado a ese sensible actor, James Gandolfini, que hizo extraordinariamente bien de poli corrupto pero con buen fondo en La noche cae sobre Manhattan… Es un golpe bajo, sobre todo si tienes en cuenta que Bárcenas y la compaña siguen sueltos, que acaban de ponerle puente de plata hacia la impunidad a Blesa, el gran dispensador de préstamos en su época de Cajamadrid -de ahí tantos editoriales poniendo en duda su imputación, tantas presiones al juez-, y que la gran cortina de humo de los erráticos y erróneos DNI, extendida, eso sí, a paletadas necias, amenaza con dejar a más muchachada en la calle.

Yo creía en los Soprano, y aunque sé que ahí los tengo, y que son para siempre, no esperaba este final. Ahora resulta que al verdadero puto amo no se lo han cargado en el restaurante, sino que la mano que mece todas las cunas le oprimió el corazón en plena noche.

Mientras,en Italia y en España, y como quien dice por doquier, los verdaderos malvados y ladrones campan a sus anchas, y para ellos siempre es de día.

NOTA: Si queréis leer información sobre J. G. digna de él id directamente al Newyorker.