La bomba de Sassine estalló en octubre de 2011

 

«Tras acomodarse en el asiento de cuero y accionar suavemente el automóvil, se dispuso a olvidarse de la mortífera carga que conducía y a concentrarse en el plan que debía acometer con la frialdad que le había granjeado la confianza de sus jefes durante ya 30 años largos. No tardaría más de 40 minutos en recorrer la distancia entre su domicilio, en un lujoso barrio periférico de Beirut poblado por la élite musulmana con espectaculares vistas a la contaminada costa mediterránea, hasta las calles laberínticas que rodeaban la plaza Sassine, corazón de la cristiandad libanesa. Se disponía a culminar dos años de preparativos que, seis meses atrás, se habían traducido en una orden concreta y en un equipo de cinco personas: el propio Marwan a cargo de dos hombres y dos mujeres encargados de seguir cada uno de los pasos del responsable de Información de la Seguridad Interna del Líbano, Wissam Hassan, y elaborar el mejor escenario -el más limpio, espectacular y más adecuado- para su muerte».

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