Omar el-Sheriff
Le conocí brevemente en Londres, a mediados de los 70, en una rueda de prensa para presentar la peli de la foto, Juggernaut, que dirigía Richard Lester. Omar llegó tarde -el acto era en el hotel-, y bajó las escaleras como un gato, con ojos de sueño y metiéndose los faldones de la camisa en el pantalón. Como actor nunca me volvió loca, pero tenía un potencial erótico que sólo con mirarte te convertía en la zarza ardiendo. Muchos años más tarde, antes de Tahrir, me tropecé varias veces con él en el gimnasio y el vestíbulo del hotel Semíramis de El Cairo. Todo un señor. Y un golfo.