Podéis estar tranquilos, que no estoy sola
Ni me estoy quedando sola. Otra cosa es que se vayan de mi vida personas a las que quiero mucho y que son grandes referentes para mí, puntales de mi vida. Con Ana María se ha ido el último testigo de mi adolescencia, quiere decir que ya no podré recurrir a su memoria prodigiosa para evocar tal momento o tal otro. Todo eso, las pérdidas, se van convirtiendo en un fardo pesado, o mejor dicho, en un acompañante que a veces muerde y al que hay que llevar bien sujeto y, a ser posible, con un bozal. Pero quedan amigos y no solo en Barcelona, no solo en España, con quedar unos cuantos y de todas las edades. Tengo la inmensa suerte de conservar un terceto de amigas de hace 40 años de antigüedad, un amigo de hace treinta -jubilado como yo, con mucha parte de su alma bajo los cielos del Camino de Santiago-, un puntal en Roma, varios en Oriente, tanto próximo como Lejano. Y gente joven que me rodea desde hace unos años porque lo pasa bien conmigo y me aprecia. En fin, que voy bien servida. Nunca seré una viejecita abandonada, descuidad. Y, por suerte, mantengo a raya a la familia.