Farley Granger

con ann blyth, en 'vida de mi vida'

Fue posiblemente el actor más guapo y soso de su generación. Bueno, llamarle actor es bordear el reino de la fantasía. Pero ¿qué más daba? Yo era una cría cuando se estrenó en España un brutal -y me temo que horrendo- melodrama, titulado aquí Vida de mi vida (1950), en el que la cabezona sobrevalorada Ann Blyth, futura reina de filmes de aventuras -a quien sólo un papel la mostró tan repelente como a mí me parecía: de hija de Joan Crawford en Alma en suplicio- era hija adoptada, y sufría a una hermana mala malísima y encima biológica que, ¡además!, le quería quitar a un Farley Granger que estaba como un queso. Como es natural, me enamoré de él, con ese furor que no distingue de religiones, ni de raza ni siquiera de sexos, y que da la retorcida infancia.

Hitchcock le había escogido por una perversidad similar a la mía, pero más consciente, para protagonizar La soga, en 1948. Aunque en la película no se hablaba abiertamente -ni siquiera soterradamente- de homosexualidad, lo que se veía ofrecía poco lugar para dudas. Don Alfredo nunca dejó, tampoco, por escrito, sus intenciones: cuando habla de que, en la fiesta que se celebra en la película, «everyone is gay and charming», obviamente no se otorga a la palabra gay la acepción que ahora utilizamos. En aquellos tiempos no se llamaba así a los homosexuales. Ahora bien, el maestro de la narrativa con suspense no era

la soga

inocente. Eligió a Farley a conciencia. Según el dramaturgo Arthur Laurents, que escribió el guión de La soga: «Nunca hablamos del elemento homosexual del guión, pero Hitchcock sabía lo que quería (…). La palabra ‘homosexualidad’ nunca se pronunció en voz alta durante las sesiones de colaboración para La soga ni en el plató, pero H. aludía al asunto tan a menudo (eso sí, siempre de un modo furtivo y travieso, nunca de manera desagradable), que parecía casi obsesionado con él. Le hacía gracia que Farley interpretara a un homosexual en una película escrita por mí, otro homosexual; que fuéramos amantes en la vida real, que compartiéramos un secreto que él conocía y que yo supiera que él lo sabía».

La homosexualidad latente también asoma su plumita en Extraños en un tren (como lo hace en la novela original de Patricia Highsmith, otra gran lesbiana), en donde la pareja Granger-Walker representa las dos caras de una misma persona. Por cierto que Hitch pensó primero en William Holden para el tenista, pero estaba ocupado.

senso

Finalmente, Granger obtuvo su último gran papel con Luchino Visconti en Senso, como oficialillo austríaco con capa blanca del que se prenda la buena de Alida Valli en pleno estallido de Verdi y del Risorgimento. Fue en 1954, y luego vino la decadencia, pero me da que Farley fue un hombre feliz y realizado en lo personal. De lo cual me alegro, porque le debo buenos ratos. Claro que en Senso yo también le habría matado. Primero por memo y segundo por capullo. Pero ésta es otra historia. Qué hermoso melodrama, ése sí.

Nota: Las informaciones anteriores relativas a Hitchcock proceden de los libros Alfred Hitchcock (Donald Spoto), Las damas de Hitchcock (Donald Spoto) y Hitchcock on Hitchcock, selected Writings and Interviews (compilado por Sidney Gottlieb).

extraños en un tren