Filomena in rete
Caferri también está aquí.
Caferri también está aquí.
«Éramos cinco mujeres. Sentadas en torno a una mesa, una noche de primavera, comiendo al aire libre: habíamos reído y bromeado acerca de todo. Las calorías y la gula, las próximas vacaciones, las exigencias de los hijos, la dificultad de conciliar vida privada y trabajo, los vestidos, los zapatos. Luego pasamos a los temas serios: un divorcio, un marido demasiado celoso pero amantísimo, la política. No terminábamos nunca. Llegado un cierto momento el camarero, divertido, nos trajo una segunda ración de pasteles, obsequio de la casa: no dejamos ni uno en el plato. La velada concluyó con una foto recuerdo que todavía conservo. Cinco rostros sonrientes. Tres con el cabello apenas cubierto por un velo negro, las otras dos descubiertas: descaradamente parecidas, en la alegría de aquel momento.
«Este libro nació allí, en febrero de 2010, en la terraza del restaurante O, en Riad, capital de Arabia Saudita. De la cena con las tres amigas saudíes que nos habían abierto sus corazones, la colega norteamericana que me había acompañado y yo volvíamos incrédulas. Entre las dos, sin habernos encontrado antes, habíamos recorrido, a lo largo y a lo ancho, Oriente Medio y los países del Islam, narrando acerca de guerras y de violencia. Pero también acerca de estudiantes testarudas, decididas contra todo y contra todos a estudiar para construirse un futuro, de mujeres que iban cada día al trabajo bajo amenaza de muerte por ello, de alegres revolucionarias, de indómitas madres de familia. Sin embargo, nunca como aquella noche nos pareció haber descubierto un mundo. Como si la ironía de las tres amigas y sus bromas sobre abayas, las largas túnicas negras que -como nosotras, en nuestra calidad de visitantes- estaban obligadas a vestir cada vez que ponían los pies fuera de casa, hubieran encendido un rayo de luz en las decenas de historias que cada una de nosotras había recogido durante nuestros viajes».
Os he traducido del italiano estos párrafos de la introducción de Francesca Caferri a su libro Il Paradiso al piedi delle donne, por ahora editado sólo en Italia (Mondadori), pero cuya traducción a nuestras lenguas peninsulares reclamo ya, desde aquí. Es un libro muy necesario porque va de eso: de un rayo de luz. De la esperanza. De un mundo -el musulmán- en el que más del 50 por ciento son mujeres, y en donde algo más se mueve, algo más allá de lo que vemos publicado en los medios, algo más que fanatismo y extremismo.
Francesca Caferri es amiga mía. Me honra siéndolo. Siempre quiso trabajar fuera de su país, y en 2001 consiguió abandonar lo que ella llama «el árido mundo del periodismo económico», para ocuparse del mundo árabe y musulmán. Empezó a la funesta sombra del 2001, y conoce muy bien los países y los temas de los que habla. Es periodista de La Repubblica, en este momento lleva la mesa para asuntos de Oriente Medio. Tiene un hijo de meses, Leo, y un compañero, John, que es periodista free lance, buena persona y muy divertido. Nos encontramos, Francesca y yo, por primera vez en Rabat, hace unos seis o siete años, como creo haber contado en más de una ocasión. Estaba dando una charla en un seminario sobre la situación de la mujer en la cuenca mediterránea, y yo la escuchaba. De repente me nombró. Dijo que las pocas crónicas del Líbano que merecían la pena eran las mías. Cuando terminó, me acerqué tímidamente, me di a conocer. Y nos hicimos amigas. Hasta ahora. Posee un cerebro privilegiado y una sensibilidad extraordinaria. En Beirut, ella y John vivían en el apartamento de un edificio color de rosa contiguo al mío, que era de color albero. Salía a su balcón recién despierta y hacía fotos de mí recién despierta. Nos queremos y nos respetamos. Nunca perdono a quien, por prepotencia o por paranoia, o por mera zafiedad de espíritu, intenta perjudicarla.
Tenemos una amiga mutua -mi mejor amiga en el extranjero, una de las mejores en el mundo desde hace casi 30 años- que es Irene Hernández Velasco, la corresponsal de El Mundo en Roma, en cuya casa habito cuando paso días en esa ciudad y no me dan delirios de grandeza, en cuyo caso elijo el maravillosamente decadente Hotel della Minerva, con su elefantito de Bernini en la plaza y el Pantheon a cuatro pasos. En esos días, Irene yo formamos una sola mujer, y Francesca se nos añade por lo menos una vez al día, a la hora del aperitivo, generalmente, o para un almuerzo por el que pasa deprisa -Leo la espera-, o una cena con amigos que ella misma ha organizado.
Seguí el desarrollo de este libro, del que ella iba hablando con el entusiasmo hacia el tema que la caracteriza y la modestia respecto a su talento que es también una de sus mejores cualidades. Yo nunca dudé de que le saldría bien, y eso quiere decir que no traicionaría el tema para complacer a los lectores. Francesca no sólo escribe bien y sabe de qué hacerlo: también está dotada para la lucha, y para la esperanza. Es una de las fundadoras de Si non ora, quando? -http://www.senonoraquando.eu/-, movimiento que agrupa a mujeres de diversas edades, profesiones, religiones y procedencias, unidas en el feminismo y en la participación de la mujer en la vida pública. Ellas fueron quienes, hace un año, llenaron las calles de 250 ciudades italianas, las primeras en levantarse contra el fantoche Berlusconi.
En fin, que el libro está muy bien y ojalá Mondadori España lo traduzca pronto.
Entre escritura de novela, de artículos, y de juergorras varias, preparo con ilusión mi inminente nueva visita a Roma (¡con Leica!). Allí me espera, como siempre, Irene, en cuya casa hice las fotos que os mandé después del último viaje. Creo que ya os he contado que esta vez voy a un hotel muy majo que está al lado del Pantheon. He pedido vistas porque, si vas a Roma, ¿cómo demonios vas a dejar de contemplarla? La plaza a la que da el hotel tiene el elefantito con obelisco de Bernini. Como siempre que duermo en hoteles, dejaré las contraventanas abiertas, para que me despierte el día. Uf, como seguiré escribiendo novela, ahora que lo pienso me despertaré yo antes que el día. Pero lo recibiré.
Además de Irene me espera Francesca, que ya tiene entradas para que vayamos todos al Primo Concerto di Natale, Haydn, en el Auditorio: con luces navideñas, precioso. Primero tomaremos un aperitivo y luego iremos a cenar, ¡con el director de orquesta!, que es amigo de Francesca. Tengo tantas ganas de que me cuenten cosas de cómo va todo en Italia, y de las manifestaciones que hicieron las mujes el domingo. Porque, como dicen ellas: «Ha cambiado el Gobierno, ahora hay que cambiar el país».
A Francesca Caferri, hoy en día editora de Oriente Medio en la sección de Internacional del diario La Repubblica, la conocí en Rabat hace años, con motivo de un seminario sobre mujeres del Mediterráneo. Asistí a su intervención y en un momento dado, para mi sobresalto, hizo un elogio de mis trabajos sobre Líbano. Terminada la charla me acerqué tímidamente y me presenté: «Sono Maruja». De aquel encuentro surgió una amistad que va creciendo, pese a la distancia. Un buen día salí a uno de los balcones de mi casa de Beirut y allí estaba, en un balcón de la casa de enfrente. Resulta que ella -que conoce muy bien Oriente Medio y Próximo, que ha estado en todos los países y pasado por todo -y que no tiene más que 32 años, creo-, porque es una periodista de campo, estaba viviendo esos días en casa de su novio, John, que también es periodista. ¡Y justo en la casa de enfrente! A veces me hacía fotos, cuando yo salía a desperezarme recién levantada. Mónica G. Prieto se quedó en su casa de Beirut con la planta que Francesca me regaló, y la cuida mucho y bien. «Es como eso que hacemos las mujeres, pasarnos la sabiduría de unas a otras», me dijo hace poco, cuando le conté que su planta está estupenda. Las casualidades nos unen. Es una mujer fina, elegante y no sólo de porte: es bella por dentro, y está llena de dignidad. Hace bien su trabajo y, como les ocurre a los buenos reporteros -sobre todo a las buenas reporteras- el jefe siempre encuentra a un machito menos valioso e inteligente pero más adaptable para mandarlo de corresponsal en la zona, que es lo que siempre quiso ser. No obstante, el ejercer como editora de Internacional le permite velar por la información, con su insobornable decencia profesional. ¿Se nota que la quiero mucho? No sólo eso, me fascina que ella también me quiera. A pesar de su juventud carece por completo de esa ambición navajera que se ha apoderado de muchos -y muchas- jóvenes reporteros, de esa soberbia paranoica que les hace creerse más de lo que son y creer tener más de lo que tienen, y temer que se lo arrebaten. Francesca, elegantemente, trabaja. Y trabaja bien. ¡Y voy a conocer a Leo, su primer bebé! Ser editor es lo que tiene: te permite ser madre con más tranquilidad que cuando viajas de un sitio a otro.