dictador chileno que derrocó al presidente constitucional Salvador Allende en cruento golpe de Estado, el 11 de septiembre de 1973

Chile. Detras del carnaval, la desmemoria

Os dejo esto porque no quiero que se pierda. Mi amiga la Marcia, la que fue torturada por los esbirros de Pinochet y no perdio la memoria y declaro ante Garzon, me ha enviado un mensaje. Como yo, esta horrorizada, no ya por el gran carnaval mediatico que se ha montado en torno a los 33 mineros, que benditos sean y en buena hora han sido rescatados, y si con la ayuda de la NASA, pues mucho mejor. Que Estados Unidos ayudo a segar no pocas vidas en Chile.

El asunto de fondo es que el presidente Pinyeira y la derecha de alla -que, como sabeis, es tan de traca como la de la senyora Aguirre– ha tomado el evento minero como gran plataforma del nacionalismo rampante que esta lanzando, sin escatimar en populismos, poniendo a Chile como ya reconciliado y por encima del recuerdo, el arrepentimiento y el perdon.

Aqui va un parrafo de mi amiga: «Me creerás que el último minero, el líder del grupo que se llama Luis Urzúa tuvo que luchar para mantener a su familia desde muy niño porque su padre y su padrastro son ejecutados políticos y ningún medio lo dice ( algo salió en El Mundo de España)».

Y otro: Hemos tenido durante todo este tiempo al presidente y su mujer agradeciendo a Dios, cantando himnos y agitando banderitas, poseídos por un nacionalismo transnochado. Así como de repetir cien veces al día que los chilenos somos  lo máximo (imagínate el pobre boliviano que estaba abajo) y evocando la Guerra del Pacífico a minutos de que aterrizara Evo Morales en nuestro país».
Y mas:
«Imagínate que han celebrado el Bicentenario y reconciliaron a O’Higgins y Carrera (los padres de la patria, que se odiaban hasta el punto que O’Higgins, ídolo de Pinocho, mandó a fusilar a los hermanos Carrera y le envió la cuenta del asesinato a su mamá) instalando juntas sus estatuas frente a La Moneda. Por supuesto que tiraron challa, globos y pitos y flautas, coros de niños, etc (puro circo) con motivo de las celebraciones, pero ignoraron por ejemplo al Museo de la Memoria que es un proyecto Bicentenario saltándose desde el pasado pasado hasta el hoy sin pasar por un tiempo que los incomoda. YA sabes cual».

Lo que estan haciendo los medios con el carnaval -retransmitiendolo en directo como el gran primer acontecimiento global con tragedia y !final feliz! incluidos que han podido controlar- es ocultar esa escueta, pinche verdad: que un Chile manda sobre el otro y que intenta dominar tambien la memoria.
A ver si luego me voy al Semiramis y os subo foticos.

Soledad Gallego-Diaz, periodista insobornable

No voy a perder el tiempo aquí detallando la biografía de Soledad Gallego-Diaz, periodista y amiga, que fue mi jefa en El País. Para eso hemos aprendido a googlear. Tampoco os voy a contar los premios que acumula, a los que se añade el Cirilo Rodríguez que acaban de concederle. Os contaré una historia preciosa en la que ella me permitió participar. Esta mujer, que fue directora-adjunta del dicho diario y que dejó el cargo muy pronto (¿alguien ha dejado un cargo así alguna vez), sólo ella sabe lo que vió, porque es muy discreta. Esta mujer dotada de una inteligencia superior -sí, superior: así de claro-, decía,  fue antes subdirectora, y en calidad de tal se encargaba de mandarme a mí a sitios, porque sabía que si yo había regresado a la redacción, después de mi fuga a Cambio 16 en el 84, era para mover el culo, no para quedarme calentando una silla. Un día me llamó y me hizo sentar en su despacho: «Tú, ¿a dónde quieres ir?». Le hice una lista, que empezaba así: «Chile (Pinochet), Líbano (guerra civil), Suráfrica (apartheid)…». La cogió, subió a hablar con el director, y al poco volvió dispuesta a ofrecerme unos cuantos viajes. También me mandó a Haití, a Etiopía. Hizo que los demás se acostumbraran a que la Torres siempre estuviera de viaje: lo cual no era cosa fácil, dado que en todas partes surgen celos. Pocos años más tarde, yo sentía una nostalgia exacerbada de Beirut, del frío de los campos palestinos, de las calles todavía en guerra. Era Navidad, y me desahogué escribiendo una columna. Ese mismo día me telefoneó Sol a mi piso de Madrid. «Si no tienes dónde pasar la Nochebuena, no se me ocurre un lugar más parecido a Beirut que en casa de mi madre, con mi familia». Ya os he dicho que es una mujer extraordinaria, y de casta le viene. Padre gran matemático, madre gran mujer, nacida en Cuba. Un montón de hermanos. Pasé una velada magnífica. La madre de Sol -perdonadme la mala memoria, no recuerdo su nombre ahora mismo, pero sí su rostro, su encanto- era algo pintoresca en lo de preparar cenas: hizo subir una carne del restaurante de abajo y extendió un rollo de papel como mantel sobre la gran mesa, y puso vasos y platos de cartón. Y eso, ¿sabéis por qué? Pues porque había pasado por mucho, había criado a muchos hijos y se había vuelto muy práctica. Lo que más recuerdo fue que con todos nosotros se sentó la perrita caniche de uno de los hermanos de Sol. «Qué tranquila está», dije. «Es que le hemos dado un valium antes de venir». Estupenda familia, gran Sol que sigue dándonos su luz, desde su corresponsalía actual en Buenos Aires y en los artículos de opinión que cada domingo publica en El País.