Escucho a Javier Solana, apeado de su carguerío pero todavía en cercanías de los poderes mundiales, hablando con Montserrat Domínguez en la SER. Más alla de su habitual tralará, tralará, tralará, tralará, que tanto tiene que ver con el lenguaje diplomático (además, creo notar que ahora habla el castellano con énfasis inglés), y de cepillarse en una sola frase lo de «la colonización» para explicar el empobrecimiento de China, hoy casi superado; más allá de esa aceptación dócil de todo lo asumible por los Estados sin que les salgan sarpullidos…. ¡Ha pronunciado una frase clara y comprometida! Concretamente ha dicho que «es impresentable» que España tenga hoy la cúpula de empresarios que tiene. Claro que, de inmediato, ha añadido que no iba a decir más.

Conocí a Solana cuando yo era redactora de Cultura de El País -la pomada de la Prensa, entonces- y me mandaron a cubrir una exposición que inauguraba Javier Solana, entonces flamantísimo ministro del ramo, en el primer mandato de Felipe González. Al terminar el acto me invitó a una cerveza. Yo pensé, para mis adentros, transida: Qué cambiazo, Maruja. De desconfiar del Gobierno a tomarte una caña con el titular de Cultura. Entonces habló el hombre:

-¿Quién te lo habría dicho, Maruja, que te ibas a tomar una caña con un ministro?

Ahí acabó mi breve fascinación con los nuevos gobernantes, y volví a mi habitual escepticismo periodístico.