Como dice la querida Aracne en su última entrada, «No somos olímpicos y yo no lo siento». Suscribo. Nuestro mundo, el de este país sumido en tantas desdichas, no está para colgarse los aros. Y mucho menos para que esos aros adornen las sebosas cabezas de esos representantes del antiguo régimen retornado, esos espeluznantes troncos tapizados, aposentados en silla fija, heredada o no. Lo peor para gente como yo, que en el Embassy o en Serrano podemos ser considerados perfectos traidores a su patria -y me congratulo de ello-, ha sido la humillación de que el COI sea más inteligente que nuestra ciudadanía, y no se haya tragado las mentiras -¡la asombrosa recuperación de la economía española!- que les han ido soltando estos días la despeluchada alcaldesa de Madrid y el decimonónico presidente del Gobierno, entre otros personajes. Y fíjate tú por dónde se han pasado Ana de Inglaterra y Alberto de Mónaco -por citar a los dos inertes que más conozco- el discurso esperanzador de nuestro borboncito: por la silla de montar y la vela de navegar, respectivamente.

No, los del COI no son gilipollas. Nosotros sí.