Escritor, periodista, filósofo ‘pied-noir’, nacido en Argelia de madre española. Ineludible
Cien años de Albert Camus
De su nacimiento. Leámosle o releámosle. Nos hará sentirnos menos solos.
Escritor, periodista, filósofo ‘pied-noir’, nacido en Argelia de madre española. Ineludible
De su nacimiento. Leámosle o releámosle. Nos hará sentirnos menos solos.
Mañana se cumplen 50 años del prematuro fallecimiento -a los 47 años- de Albert Camus en accidente de coche. Me parece que es hora de revisitarlo. Al menos, yo, estoy sedienta de humanismo. Quien no haya leído nada suyo, que arranque por El primer hombre y tire para atrás. Hace pensar. Es necesario, más que nunca. Contra la futbolización de la vida. Contra la berlusconización de la vida. Contra la belenestebanización de la vida. Contra la banalización, la indiferencia, el letargo.Os copio algunas frases suyas -están en Internet, por fortuna-, que forman parte del patrimonio intelectual y moral que nos legó.
«Está la belleza y están los humillados. Por difícil que sea la empresa, no quisiera ser nunca infiel ni a los segundos ni a la primera».
«La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas».
«Fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, golpeado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa».
«Uno no puede ponerse al lado de quienes hacen la historia, sino de quienes la padecen».
«Si el hombre fracasa en conciliar la justicia y la libertad, fracasa en todo».
«No camines delante de mí, puede que no te siga. No camines detrás de mí, puede que no te guíe. Camina junto a mí, y sé mi amigo».
«Una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala».
«La estupidez insiste siempre».
«Un hombre sin ética es una bestia salvaje soltada a este mundo».
«A pesar de todas las ilusiones racionalistas, e incluso marxistas, toda la historia del mundo es la historia de la libertad».
«No ser amado es una simple desventura. La verdadera desgracia es no saber amar».
Cielos, llevaba escrita una entrada muy larga y había olvidado guardarla. Se ha cortado Internet y aquí estoy, de nuevo (guardo).
Tenemos a María dolorida. Tranquilízate. El corazón es el órgano más resistente. ¿No has visto que en las series de tele se cae al suelo cuando lo llevan a transplantar y sirve lo mismo? No se rompe, se fisura. Ahora te lo han fisurado. Y eso duele inmensamente. Pero el tiempo (guardo) lo cura todo. Todo, salvo la herida que produce darse cuenta de que el tiempo lo ha curado todo (guardo).
Amamos porque no nos queda otro remedio, porque el amor es cosa nuestra más que del otro, y cuando nuestro amor no coincide con la predisposición del otro (puede coincidir en un primer momento, pero los tiempos no son los mismos, tampoco los grados de intensidad), nos desmoronamos. Pero amamos de nuevo y de nuevo otra vez y así para siempre, incluso cuando somos viejos, porque el amor nos mantiene vivos. Siempre repito la frase de Albert Camus, y ahora te conviene especialmente, María: «No ser amado es un drama, pero la verdadera tragedia es no amar» (guardo)
He aquí un final agridulce real como la vida misma de película preciosa. Y es verdad que los buenos recuerdos nunca mueren y nos ayudan a que el dolor de que ya no nos duela lo que tanto nos dolió resulte más llevadero (guardo).
No resultan tan distintas una emoción de otra. Yo he sido siempre de las que se enamoran porque sí y desde el primer momento. Con la lectura me ocurre lo mismo. No me refiero a un libro concreto, sino a esa pasión que brota en mitad del pecho, esa necesidad ineludible de salir a la calle a por un libro nuevo. Aclaro que mi piso de Barcelona está abarrotado de libros: los que tenía aquí y los que compré en Beirut. No importa. También he amado a muchos hombres -a bastantes, al menos- y todavía, a mis 67, siento de vez en cuando el violento mandato de enamorarme ferozmente. Gracias a la vida por ello, dicho sea de paso, pues como aseguró Albert Camus, «no ser amado es una drama, pero la tragedia es no amar».
Así que hoy, domingo, me ha entrado el arrebato de los libros y me he propuesto, idiota de mí, salir a buscar -y encontrar: de ahí lo de idiota- una librería. Al parecer, sólo abre Taifa, en la calle Verdi -todo el fin de semana; el domingo, por la tarde-, por lo que desde aquí agradezco a su propietario, el señor Batlló, el que pueda ir luego.
Pero es que la llama de mi pasión, para entonces, o me habrá consumido o se habrá evaporado. Puedo aguantarme las ganas de lanzarme al cuello de, pongamos, Clive Owen, si pasa por aquí. Ese mecanismo de represión lo he desarrollado con bastante arte, sobre todo desde hace unos cuantos años. He aprendido a sublimar lo que siento, aunque no a dejar de sentir, ni ganas. A reprimirme en la lectura ni siquiera con Franco y sus censuras aprendí, ni siquiera con el Índice de la santa fucking madre iglesia. Muy al contrario, actuaron como alicientes.
Fieramente, ferozmente, necesito satisfacción inmediata. Una librería, una librería, una librería, una librería abierta en domingo. ¿Laie, Bertrand, La Central? A ser posible, con café, con mesas, con barra. Oh, dioses, si el «Titanic» hubiera tenido librería en el bar no me habría importado morir allí.
Llegaré a Taifa esta tarde. O no. Cuando me enamoraba, en los tiempos en que ser correspondida dependía de los dados de la fortuna y no de la biología, si el otro no mostraba reacción inmediata había una oportunidad de que la cosa cuajara: como me gustan los pasivos, me empecinaba y acababa por rendirlos. Pero con los libros es otra historia. Es amor recíproco desde el primer instante. Su rostro, mi cubierta: nos miramos y sabemos que estamos hechos el uno para el otro.
Que no pido la luna, señores: sólo una librería de guardia. Con tantas farmacias como hay en el Eixample -y alguna que otra abierta siempre en festivo-, barrio de burguesía propensa a las indigestiones y a las entretenidas consultas al farmacéutico, ¿no puede existir un librero de turno? ¿Una librera? ¿Alguien que, hechizado por la pasión con que uno se arroja en brazos del volumen desconocido, se nos acerque para ofrecernos una copa de cava y nos inste a que brindemos por esa relación?
Sí, iré a Taifa. Pero el impulso ya ha sido defraudado. La parte interna de mis brazos tiene que rozarse con los libros conocidos -por leídos, releídos o ya adquiridos y amontonados a la espera; los libros que me mandan y no doy-, para no sentir el vacío, y ahí la tentación puede estar en cualquier parte. En la poesía de Miguel Hernández. Si, sí, ahora mismo me abrazo a los dos tomos, grandes, fuertes, febriles, que forman la Obra Completa, publicada por Espasa Clásicos. Me llenan, claro. Pero la excitación, ay, ¿cómo haré para conservarla hasta la tarde?