Bangkok 1: No hay como irse para volver

 

Resulta sorprendente lo bien y pronto que me acostumbro a lo extraordinario. Pienso en ello en la madrugada de Bangkok, que es vuestra incipiente noche, sentada en la taza del WC en postura almodovariana, mientras contemplo, a través del hueco de la puerta y de la cristalera del ventanal, la silueta de los rascacielos de esta ciudad en cuyo palacio el Rey y Ella bailotearon para Broadway y el cine, aunque, en la realidad, Yul Brynner -o sea, el monarca Mongkut- fue el primero en darse cuenta, astutamente, de que, para que Occidente -en su caso, los británicos- le permitiera ser un rey absolutista, lo primero que tenía que aprender era modales a la usanza occidental, de lo que, en la vida como en la ficción, se encargó la gobernante inglesa Anna Leonowens, encarnada sucesivamente, como sabéis, por la inmortal Deborah Kerr y la valiente Jodie Foster. Rey no ha habido más que uno, es decir, Yul.

Pero seguramente es lo extraordinario lo que a mí me gusta considerar ordinario.

Escuché hace un poco -desde esta latitud: seis horas más tarde- un post del A vivir, que son dos días, entrevista a Fabricio Caviano, enseñante/periodista/humanista con el que solía cruzarme en Barcelona cuando había gente más interesante con la que cruzarse, y, hablando de que todos los niños tienen un juguete interior que los maestros deberían cuidar, contó que el suyo había sido, desde siempre: viajar y conocer gente.

Hermano del alma, pensé.

¿Recordáis, si lo habéis leído, que al principio de “Diez veces siete” comento que me habría gustado ser, de madura como ahora soy, comentarista internacional a la manera de la periodista mayor que sale en “Missing”? Pues he vendido mi piso para poder permitírmelo, mientras hago lo que más me gusta. Viajar, conocer gente. Averiguar historias. Sin salario pero también sin jefes. Sin otros límites que los que me impone el cuerpo. Ah, el cuerpo, esa gran historia.

Pero ahora he de contaros la venta de mi piso, que es pura magia potagia, como casi todo en mi vida.

Una guapa mujer llamada Catalina entró en mi ya ex edificio y le preguntó a Neus si se vendía algún piso, que tenía un jeque árabe o así interesado en la finca. Neus, conocedora de mis estrecheces económicas -pero dignas y, sobre todo, superiores a lo mal que lo pasa hoy mucha gente-, se apresuró a contármelo. “Que suba”. No me gustan los jeques árabes, pero ve tú a saber. Y fui. Efectivamente, los jeques susodichos están más interesados en jacuzzis que en fincas catalogadas, pero un egipcio, un hombre de negocios que adora estar cerca del mar y para quien la fundamentalista Alejandría no resulta ya cómoda (deduzco, aunque no me lo dijo), y que, además, tiene negocios en Europa -fabrica bolígrafos y material de colegio: ¿no es maravilloso mi salvador Mahmud?-, ese egipcio está enamorado de Barcelona, a donde su hermano y él viajan a menudo para comprar inmuebles.

El mío -ex mío, en parte lo era- se parece mucho, en limpio y pulcro, al Edificio Yacubian. ¿Cómo no podía Mahmud enamorarse? Hizo lo que nunca, personarse en casa, y ahí me encantó: me dio la mano con firmeza, y yo deduje -de nuevo- que es un egipcio de los que podrían ser romanos, barceloneses, madrileños, marselleses, florentinos, atenienses…

En conclusión, pagó por lo que vale, no por lo que cuesta la que fue la casa de mis sueños, y yo me he trasladado a un delicioso apartamento más pequeño, en la misma calle, muy cerca, por lo que seguiré disfrutando de mi calidad de vida. Tenía el viaje a Bangkok ya organizado -para quince días, un mes ahorrando, quizá-, pero desde que se produjo el Hecho Determinante he decidido quedarme un par de meses para empezar a hacer lo que realmente quería. Fisgar en el Sudeste Asiático, conocer China, saber de qué va esta vaina de futuro implacable que se está imponiendo desde los millones de vidas que por aquí bregan. Me parece que no me va a gustar lo que viene, pero qué apasionante poder permitirme contarlo.

Y qué suerte, haber podido seguir dándole cuerda a mi juguete interior. Como comentó Neus, muy almodovariana también ella:

-Con lo que tú has hecho por el mundo árabe, anda que no es justo que un egipcio te devuelva algo.

No es justicia -no hice gran cosa-, es magia.