Recordando a Gil de Biedma
A veces me entra desánimo. Y entonces.
Porque conforme envejezco «en un viejo país ineficiente, algo así como España entre dos guerras civiles», con cada día que pasa su poema De vida beata se va haciendo realidad más y más en mí, sin duda ante el despliegue de incapacidad para la inteligencia –de hacer inteligible, de comprender, de por consiguiente colaborar para mejorar– que preside nuestra vida política. Si una sociedad, un país, una suma de autonomías como la nuestra, es la parábola de un buque de tamaño medio en donde mucha gente diversa trata de convivir sin volver al siglo diecinueve ni mucho menos al veinte, y si el renqueante cuarto de máquinas se alimenta con las decisiones que se toman en el puente de mando, y si el puente de mando y como que sea que se llame donde está el timón más bien parece el camerino de los Hermanos Marx en Una noche en la ópera, pues sí, concluiré como el poeta (aunque en plan mucho más modesto):