Maruja Torres – Quéleer
Difícil de matar, imposible de acallar
Está encantada con su más reciente novela, “Fácil de matar” (Planeta), que es su primera incursión en el género policiaco y no será la última, ya que la ex corresponsal de guerra y periodista planea ya nuevos “‘thrillers’ de la cuenca mediterránea en los tiempos del último post colonialismo”.
texto ANTONIO BAÑOS fotos MARIO KRMPOTIC’
Espero que ustedes no sean periodistas. Es una profesión en triste estado. El periodismo ha seguido un descenso similar al de la industria del típex para máquina de escribir, una catástrofe pareja a la de los reparadores de buscas. Vivimos una lánguida toma de conciencia de la creciente inutilidad de lo que uno creía imprescindible y eterno. Con este estado de ánimo me voy una mañana radiante de invierno a verla. ¡Oh, es ella! Maruja Torres. No les quiero aburrir contando mi vida así que la exageraré. Yo soy la auténtica versión paródica de Maruja Torres. De hecho, el impulso que me llevó a acabar la carrera fue el seguir paso a paso la suya. Intenté ser un corresponsal de guerra como esos que tocan el piano en un hotel bombardeado y recibí de ellos un par de sopapos en un hotel por bombardear. Quería viajar por el mundo reportajeando y ni recuerdo cuando fue la última vez que pude pasar un billete del Cercanías de Renfe. Ella se codeó con Montalbán, Marsé y Terenci Moix. Yo una vez saludé a Lucía Etxebarría. Maruja Torres glosó una España expansiva y abierta que descubría las libertades y un servidor debe andar con mucho ojo con lo que escribe porque hoy el imaginario está lleno de callos que no puedes pisar. La única ventaja del periodismo de hoy es que es prácticamente imposible que te despidan, pues nadie tiene contrato.
Total, que me subo hasta la arteria carótida de la ciudad de Barcelona donde vive, en luminoso rincón, la reportera.
Vivaz, expansiva, cariñosa que si paquí que si pallá, rápida y enérgica como ella sola, Maruja Torres nos lleva al fotógrafo y a mí hasta el Borne para hacerle retratos y que pose con alegría. Es extraño encontrar un escritor feliz. Parece que viste menos sentirse contento con el libro de uno. El distanciamiento, no brechtiano, más tirando a borderiano, suele ser la pose de muchas estrellas de la narrativa, pero no así para Torres. Las promociones le sirven “para que me mimen y me hagan caso”, confiesa. Para Maruja Torres, cada salto que hace del periodismo a la novela es motivo de alegría: “Yo he tenido la suerte de los libros que me fueron bien… Estoy muy contenta de pasar mi personaje periodístico a los libros y seguir teniendo gente que te lee”. El lomo grueso le permite, pues, seguir en primera fila ahora que en la prensa diaria se la dosifica a saco por culpa de este periodismo cegato tópico (de topo, vengo a decir) del que me quejaba ya desde buen comienzo.
Frente a la pesadez y frialdad nórdicas que dominan el thriller, Torres nos propone un paseo por esta cuenca milenaria que inventó la corrupción, el crimen político y el aceite de oliva. Y lo hace con Diana Dial, una sólida reportera ya de mediana edad que se reencuentra con el universo de Maruja Torres casi treinta años después de su primera aparición, pues ella fue la prota de sus dos primeras novelas: Oh, es Él y Ceguera de Amor. Hoy en día, la que fuera cándida y entusiasta reportera se ha convertido en una escéptica descubridora de misterios mantenida por un ex marido generoso y que reside en serena soledad en el mismo Beirut. Aunque las similitudes biográficas son evidentes (con lo del ex marido millonario, Maruja suspira ensoñada) ella insiste en el carácter fantástico de Dial: “Lo que he creado es un personaje. Abandoné a Diana Dial por el periodismo serio, je, je, je. Por eso éste es momento de que ella regrese para cumplir venganza o, al menos, para realizar un ajuste de cuentas con él”. Para rematar la distancia con Dial, insiste: “Es imposible que a una mujer le pasen las cosas que le pasan a Diana. Vosotros no os lo creéis, pero yo llevaba una vida muy tranquila en Beirut”. La novela es un polar de urdimbre clásica con sus giros, sus malos y el primer trazo de una heroína de largo recorrido. Pero si algo la caracteriza es, digamos, un color muy pop, peliculero. Aunque ambientada en la actualidad, parece como iluminada por la fotografía pop del Topkapi de Jules Dassin (¿Melina Mercouri haciendo de Dial? Humm…). Cierta melancolía vital por una ciudad perdida y aire a desengaño por unos tiempos más crudos y feos recorren el Líbano maronita que retrata Maruja, nuestra Dama de Beirut (con permiso claro está, de Sara Montiel). “Igual trepida demasiado, pero mi maestro siempre ha sido Hitchcock y sé que lo fundamental es entretener al personal”. Entretenimiento que forma parte tanto del género como del sujeto que lo maneja. Como ella misma explica: “Yo siempre hago lo que me rota y por eso pensé ‘ahora que empiezas a ser vieja, matar tiene que ser divertidísimo’, aunque todavía no tengo una gran experiencia con los cadáveres; por eso no los saco demasiado”.
Rumbo al Hotel Vela
Maruja Torres sigue la actualidad y vive tan ricamente siguiendo los cánones de comportamiento de principios de siglo XXI. Es decir: series de televisión y redes sociales. Esta devota de Mad Men hubiese sido un fantástico personaje en la serie. Uno se imagina a Maruja poniendo en su sitio (en todos los aspectos) al chulazo de Draper y haciendo que aquellas estiradas agencias de publicidad de Madison Avenue acabasen fichando a la abuela de la Fabada. Maruja (la tuteo por afinidad espiritual y por teclear menos, no por falta de modales) devora y postea a mogollón en su blog sobre este brillante regreso a la narrativa clásica que están suponiendo la nuevas series televisivas. De hecho, la escritora está pensando en cómo autoeditarse en internet su propia “revista de cine”, en rememoración de sus tiempos gloriosos en Fotogramas, para incluir sus propias críticas, enlaces y demás bondades del periodismo “made in unomismo” que la maquinaria personal de hoy en día permite. Si uno se pasa por www.marujatorres.com podrá ver con sus propias aplicaciones cómo la periodista está muy al tanto de lo que pasa ahí fuera.
El periodismo y los inventos de hoy día ocupan su interés y atención. “Hace un tiempo le dije a un muchacho que es amigo: no sé si hacerme de Facebook porque no quiero quedarme atrasada -explica-, y el Facebook me espabiló. Este amigo me dijo que era un invento gracioso para pasar el tiempo. Y fíjate ahora en el mundo árabe, cómo lo han usado”. La revolución del periodismo es también la revolución del punto de vista. Lo que para un decadente europeo es un juguete, para un árabe es un arma. Máquinas para nuestro spleen que alimentan la rabia en la otra orilla. “La revuelta árabe es muy importante. Ha mostrado sobre todo la vejez de Europa, su desunión y su tontería. No son capaces de reaccionar ni para mal”. Además, nos ha permitido tener por primera vez una voz no eurocéntrica “Me tiene fascinada lo que hace Al-Jazeera. Es magnifico poder ver la vida en directo sin editar. Sin que los delirios de grandeza de un jefe de edición se reflejen. Ahí, brrrr… Esos barridos; ese cuerpo que cae… Eso te plantea muchas cosas”.
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Noticia publicada en Que-leer.com