Lo del verano

Leo por encima, en una de las muchas páginas tontas que se escriben en estos días, como si a los lectores el calor nos dejara lobotómicos,  o quienes las escriben lo creyeran, leo, decía, que una vez más tenemos que relajarnos y recargar las pilas. Año tras año, un estío tras otro, se viene repitiendo esa patraña. Como si: a), quienes necesitamos unas vacaciones no supiéramos qué hacer con ellas, en el caso de poder permitírnoslas; y como si: b), por el simple hecho de estar en verano pudiéramos impedir que un tren descarrile o que -eso mucho menos- ardan los maltratados bosques.

Quienes nos dedicamos a escribir con seriedad sabemos que los meses calurosos suelen ser de alivio, y no hace falta que me remonte al 18 de julio de 1936. En agosto salieron a la calle los tanques rusos y Yelsin subió al poder, dejando a Gorbachov frotándose la mancha en su dacha; en verano penetró Israel aquel Líbano, en aquella invasión con cruel sitio, que daría como sangriento fruto la matanza de Sabra y Chatila, y la ocupación del sur del país durante veinte años; en verano sigue muriendo la gente, incluso los artistas de cine.

En fin, que no necesitamos leer tonterías que nos cuenten cómo es la vida, sobre todo ahora, que gracias a Internet, sabemos nosotros mejor que nadie lo que la vida es en cualquier rincón del mundo. Como sabemos que, pese a todo, el cuerpo nos pide cervecita y despatarre en terraza, ventanas abiertas para que corra el aire y, cuando amamos, lamernos unos a otros el sudor, que eso siempre nos cura las heridas.